La Cilla

Cuando Lola bajó del autobús, el aire del pueblo la golpeó con fuerza, como un recuerdo que había estado esperando demasiado tiempo para despertar. Hacía más de quince años que no pisaba esas calles empedradas y, sin embargo, todo parecía permanecer intacto: las fachadas teñidas con el dorado atardecer del sur, los geranios que colgaban de los balcones, y ese inconfundible olor a azahar e incienso, mezclado con la cera derretida, que anunciaba en silencio la llegada de la Semana Santa. El pueblo de sus abuelos se vestía nuevamente de solemnidad y misterio.

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Silencio, el eterno viaje.

Esta acuarela no es solo una imagen de un Miércoles Santo en la calle Tía Mariquita de Osuna; transmite mucho más. Tiene un simbolismo y emoción que vale la pena descubrir: cómo está pintada, cómo está compuesta, su contexto cultural y hasta lo que nos hace sentir o pensar.

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La Cilla

Cuando Lola bajó del autobús, el aire del pueblo la golpeó con fuerza, como un recuerdo que había estado esperando demasiado tiempo para despertar. Hacía más de quince años que no pisaba esas calles empedradas y, sin embargo, todo parecía permanecer intacto: las fachadas teñidas con el dorado atardecer del sur, los geranios que colgaban de los balcones, y ese inconfundible olor a azahar e incienso, mezclado con la cera derretida, que anunciaba en silencio la llegada de la Semana Santa. El pueblo de sus abuelos se vestía nuevamente de solemnidad y misterio.

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Silencio, el eterno viaje.

Esta acuarela no es solo una imagen de un Miércoles Santo en la calle Tía Mariquita de Osuna; transmite mucho más. Tiene un simbolismo y emoción que vale la pena descubrir: cómo está pintada, cómo está compuesta, su contexto cultural y hasta lo que nos hace sentir o pensar.

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