La Cilla

Publicado el 5 de abril de 2025, 16:54

Cuando Lola bajó del autobús, el aire del pueblo la golpeó con fuerza, como un recuerdo que había estado esperando demasiado tiempo para despertar. Hacía más de quince años que no pisaba esas calles empedradas y, sin embargo, todo parecía permanecer intacto: las fachadas teñidas con el dorado atardecer del sur, los geranios que colgaban de los balcones, y ese inconfundible olor a azahar e incienso, mezclado con la cera derretida, que anunciaba en silencio la llegada de la Semana Santa. El pueblo de sus abuelos se vestía nuevamente de solemnidad y misterio.

 

Recordaba haber venido de niña, tomada de la mano de su abuela, viendo pasar los pasos entre lágrimas, saetas y el más profundo silencio. Las túnicas moradas, los cirios encendidos, el redoble de los tambores… Pero, sobre todo, recordaba el instante en que el Nazareno se asomaba por la calle la Cilla. En ese momento, todo se detenía: el murmullo, el tiempo, el mundo. Era como si el alma del pueblo latiera con mayor fuerza en ese rincón, en ese punto exacto donde el paso del Nazareno parecía hacer una pausa en su recorrido hacia lo eterno.

 

Aquella noche, al entrar en la vieja casa de sus abuelos, que permanecía cerrada desde su partida, encontró sobre la mesa una nota cuidadosamente doblada. Era la letra temblorosa de su abuelo, fechada el último Viernes Santo que vivió:

 

"Si algún día vuelves, ve a la calle la Cilla. Ella te guiará. Este pueblo guarda tu historia. No somos eternos, pero los recuerdos sí. Aquí todo vuelve, incluso tú.”

 

Al leer esas palabras, como si el pasado despertara a su alrededor, Lola escuchó el lejano rumor del Nazareno acercándose a la Cilla. Salió deprisa de la casa, con los ojos húmedos y el alma encendida, y caminó entre la multitud hasta encontrarse con Él, cara a cara.

 

Allí, de pie, con la mirada fija en el Nazareno y el corazón desbordado, sentía cómo la mano de su abuela, con su tacto cálido y familiar, volvía a envolver la suya. No era una forastera. No era una visitante. Era el latido de ese pueblo, la memoria misma caminando entre un mar de cruces y silencio. En ese rincón de la Cilla, todo volvía: el amor, la fe, los recuerdos, incluso ella misma.

 

                                                                         A Lola